Gesto
NADIA GUTHMANN


Durante años trabajé en rincones y pequeños talleres. Empezaba mi obra en el interior de esos espacios. Iba haciendo crecer la forma, moldeando y soldando las mallas de metal. Cuando ya no entrábamos – era la obra o yo-, la sacaba afuera y seguía a cielo abierto. A veces hacía demasiado frío o pegaba demasiado fuerte el sol, llovía o nevaba, o lo impensado como la ceniza volcánica que nos cayó en 2011. Entonces, tenía que esperar el horario o el día para trabajar. Hasta que pude construir mi taller. Calculé el espacio que necesitaba basándome en las esculturas más grandes que había realizado, con un portón de 3 x 3 m para sacarlas después de terminadas –ya me había pasado que no salieran por la puerta. ¡Por fin iba a poder hacer mis esculturas al cobijo dentro de mi taller! Pero… esa ilusión duró poco: el primer proyecto que me tocó hacer requería una altura de 4 metros y 5 de largo. ¡No entraba! Otro año más a la intemperie. Entonces, caí en la cuenta que ningún techo sería suficientemente alto para albergar la realidad.
